En las culturas preclásicas –Egipto y Mesopotamia- tanto en el dibujo como en el relieve, la línea es continua y uniforme para definir objetivamente las formas reales.
También en el arte grecorromano, mantiene la línea su pureza y su serenidad. La figura se cierra con un contorno que describe la forma externa de las cosas con absoluta precisión.

En el Renacimiento, encontramos una tendencia lineal, de dibujo muy limpio, en la escuela florentina, que se propone una idea de pureza clásica; y otra, representada por la escuela Veneciana, de contornos más flexibles, subordinados al color y a la luz.

La línea se rompe francamente y se tuerce en el Barroco, buscando la doble sensación de espacio y movimiento. El color, las sombras, los contrastes, la luminosidad se hacen elementos mucho más importantes que los perfiles.
La luz y el valor
En las artes tridimensionales, la luz es un elemento natural, sin el cual la obra no tendría existencia. En la arquitectura, escultura y relieve, en todos los pueblos y épocas, la luz ha sido, y es, causa obligada de los contrastes que construyen las formas.

También está presente, como realidad física y operante, en los vitrales góticos, cuya percepción sólo es posible por gracia de la luz, que atravesando la materia transparente de que están hechos, recorta vigorosamente las siluetas e incendia los colores.

El Color:
Los artistas han considerado siempre el color como un valioso elemento de expresión, aunque no dándole la misma importancia ni tratándolo del mismo modo. En general, puede decirse que el color ha sido empleado, a lo largo de la historia del arte, de dos maneras: una naturalista, para imitar la realidad; otra, simbólica como medio para expresar lo subjetivo.
Asimismo, ha habido épocas en las que la forma ha tenido más importancia que el color y otras en las que el color ha prevalecido sobre la forma, respondiendo a las oscilaciones entre razón y sentimiento. El color es sentimental, la forma, racional.

En las pinturas prehistóricas, el color como la línea, es realista. En el arte griego, su costumbre era de pintar las estatuas con colores que imitaban la carne, el pelo, los ojos, etc., lo que asigna al color un propósito imitativo también.

En el arte cristiano, en el arte oriental, en el arte bizantino y en el romántico, y hasta el gótico, el color es más bien simbólico. Los fondos dorados y los cielos de pulcro azul significan las moradas celestiales llenas de luz y claridad.

Pero el color alcanza su mayor importancia con el Impresionismo, que se interesa en el estudio científico de la luz y de sus efectos cromáticos, para emplear los colores como se producen naturalmente, no por la mezcla física en la paleta sino por la que se hace en la retina a partir de los colores separados. El Neoimpresionismo o Puntillismo lleva sus últimas consecuencias las teorías impresionistas sobre el color, aplicándolo en pequeños toques de tonos puros que convierten el cuadro en una tupida trama de puntos luminosos.

En las artes actuales, tanto la pintura como la escultura, el color es un medio eficaz para expresar la intimidad del artista.

La Textura:
Cada arte tiene sus propios medios para obtener texturas. En las artes bidimensionales, los efectos de calidad se logran por diversos procedimientos: pincelada, raspado, frotado, barnizado, transparencias, etc. En general, los efectos texturales de la pintura dependen:
- De la naturaleza del soporte (papel, cartón, madera, lienzo fino o muy granulado, etc.)
- Del espesor que se le da al pigmento.
- Del instrumento con que se aplica: pincel, espátula, trapos, esponjas, manos, etc.
En el Renacimiento, y posteriormente, en las escuelas que se derivan de él, más que texturas lo que se pretendía era reproducir la calidad de los materiales: que la seda pareciera seda, el terciopelo, terciopelo, la carne, carne, etc.
El acabado que daban a la pintura dejaba la superficie perfectamente plana y tersa, para lo cual solían hacer uso de trapos, muñecas y pinceles de pelo muy fino.
En el Barroco, y más tarde, en el Romanticismo, el color se maneja contractivamente y se emplea grueso, para obtener relieves y empastes de valor textural.

La textura se hace importante medio de expresión, por sí misma, a partir del Cubismo, que introduce en el cuadro materiales no pictóricos, como telas, papeles, cartones, maderas, alambres, etc., haciendo lo que se llama "collage" es decir, un encolado.

En las artes contemporáneas, que emplean un lenguaje muy directo, el uso de materiales extraños se ha hecho común, y la textura toma el valor de elemento formal fuertemente expresivo, al punto de constituir, en algunos casos, el único medio de expresión artística.

En las artes tridimensionales, la textura es siempre real, ya que se trabaja con materiales físicos que tienen su propia textura, que unas veces se deja como está y otras se trata para darle calidades distintas. Además, como, por regla general, se trabaja con un solo material; la diferente textura de sus partes puede ser necesaria para darle a cada una el grado de interés que convenga.

En las artes primitivas, la textura tuvo más bien carácter ornamental o imitativo, no expresivo. En la estatuaria egipcia y mesopotámica, la imitación del cabello y la barba del hombre, o los pliegues de las vestiduras, pueden considerarse texturas, pero utilizadas, de una gran regularidad geométrica.

En la escultura grecorromana, la textura también coincidió fundamentalmente en la imitación admirable de los accidentes reales de las cosas: cabellos, pliegues, arrugas, etc., y lo mismo en el renacimiento.
